
Te acostaste hace unos minutos, estás cansado, harto de dormir pocas horas. La oscuridad no es total, el sonido del teclado te avisa que tu hermano aún está despierto en el cuarto de al lado. Te preguntás si propiciaste este momento, o es -otra vez- algo espontáneo. Empezás a sentir el movimiento dentro de vos: desde las piernas, rápido, hacia tu pecho. Quiere salir. ¿Huir? Imaginás un destello, una bola de fuego frío y amarillo que lucha por salir de su prisión gelatinosa, de tu cuerpo que es ahora inerte, parapléjico.
Está aquí. Tenés miedo, mucho miedo. Al igual que antes, trata primero de aplastarte. El aire encima tuyo es pesado, no podés moverte. ¿Qué es esto? ¿Qué es esta mierda? De nada sirve interntarlo, el peso sobrenatural del aire te corta cualquier posibilidad; aún así podés respirar sin dificultad... Quiere prolongar el momento. La desesperación te invade, el sonido en el cuarto de tu hermano te da algo de valor, pensás en gritar, así vendrían a ver qué pasa... Quizás podás adelantarte a su pensamiento aunque sea por una vez, vas a gritar, este es el momento, juntás todas tus fuerzas, tu grito será de auxilio, será de odio... Pero no, apenas alcanzaste a emitir un aullido débil de gato herido. Nadie pudo escucharte, todos en la casa siguen en sus cosas sin sospechar tu suerte.
Pagaste caro tu atrevimiento, tus labios están ahora sellados. Tratás de gritar nuevamente pero es imposible, te domina a su antojo, ni siquiera las lágrimas pueden brotar de tus ojos sin su permiso. Solamente podés mover la cabeza de un lado a otro: al norte el vacío, al sur la muralla. Tratás de calmarte, de conocer su juego. Si supieras al menos cómo luchar con sus mismas reglas, pelear en iguales condiciones. Recordás que los ahogados mueren casi siempre por desesperación, desperdician inútilemente su precioso aire en maniobras vanas. Vos no vas a sucumbir así, sos fuerte, te ha tocado luchar desde el día de tu nacimiento. Podrías vencerlo si de verdad te convencés de lograrlo, todo está en tu mente, no hay límites y sin embargo, por qué seguís sin librarte de este aire que te aplasta irremediablemente.
Te empieza a llamar, no lo escuchás pero sí sabés donde está. Esta vez parece más fuerte, tira desde abajo la punta de tu cobija; sentís la fuerza que mueve tu hombro izquierdo, un golpe, dos, tres, muchos... Quiere que lo volvás a ver, ¿para qué? ¿Será la forma definitiva de poseerte, o más bien te revelará un secreto importante? Pensás en los objetos que tu razón te indicó tener a mano: el teléfono, un foco pequeño; ¿de qué te sirven ahora?, objetos absurdos en esta realidad sensorial. Ya no sabés que hacer, tenés que aguantar, en algún momento todo tiene que terminar, pero ¿cuándo?, ¿cuándo?, ¿cuándo?
Terminó. Tu cuerpo vuelve a ser tuyo, el aire es otra vez normal, ligero. Respirás hondo. El destello que ves suspendido en el techo te tranquiliza, sabés que también él está con vos, no debés olvidar como llamarlo.